lunes, 4 de julio de 2011

HISTORIA DE LIMA.


Fundada por Francisco Pizarro en 1535 con el nombre de Ciudad de los Reyes, Lima fue elegida en lugar de Cuzco, la antigua capital de los incas, como sede
de gobierno de lo que poco después pasara a ser el virreinato del Perú. Antes de que todo ello ocurriera, la región sobre la que se asienta esta gran urbe
fue ocupada por numerosos grupos indígenas. En el siguiente texto se pasa revista a ese periodo histórico. (Fragmento de Guía de Lima.)


Lima Metropolitana, la gran Lima, se extiende hoy sobre tres valles de la costa central del Perú —Rímac, Chillón y Lurin—, entre el flanco occidental de
los Andes y la rivera del Océano Pacífico.

Este espacio constituye un antiquísimo ámbito cultural indígena. Sus más antiguos pobladores —nómadas dedicados a la caza y la recolección— ocuparon la
zona hace 14.000 años. Con la aparición de la agricultura, hallamos las primeras aldeas sedentarias por el año 5.000 a. de C.

El surgimiento de las grandes culturas fue muy pronto. Incluso se afirma que es en la costa central, y probablemente en Lima, donde aparecen los más remotos
testimonios arquitectónicos en el continente americano. Templos monumentales como El Paraíso, en el valle del Chillón (2000 a. de C.), La Florida, en el
Rímac, y Mina Perdida, en Lurín (ambos hacia 1800 a. de C.), corroboran semejante afirmación. Las dos últimas edificaciones presentan la forma de U, que
será característica de la región.

Al igual que en todo el mundo andino, se imponen periódicamente grandes estados pan-peruanos —los «horizontes culturales» de la arqueología—, a los cuales
suceden desarrollos y señoríos regionales. El proceso adquiere en Lima particular intensidad, por tratarse de un estratégico punto de encuentro entre pueblos
costeños y serranos, al ritmo de sucesivas oleadas migratorias. Del período formativo u Horizonte Chavín data el notable centro ceremonial de Garagay (1200
a. de C.), considerado contemporáneo del Templo Viejo de Chavín de Huantar. Un avanzado sentido urbanístico se advierte en estos conjuntos de patios y
terrazas que enmarcan el templo mayor, de forma piramidal. En Garagay pueden verse también relieves polícromos con los dioses felinos de Chavín, primera
manifestación de los murales prehispánicos limeños, hoy en su mayor parte perdidos.

Durante el Intermedio Temprano (700-200 a. de C.) se produce un florecimiento regional denominado por los arqueólogos como cultura Lima o Maranga. Todo
parece indicar que la llegada de gentes aymaras, procedentes del sur, fue decisiva para el desarrollo local de esta cultura. Son elocuentes, en tal sentido,
algunos vestigios de formas culturales tiwanakus y la persistencia de topónimos aymaras: Cajamarquilla, Carabayllo, Copacabana, Collique, Chucuito, etc.

Desconociendo el origen de los marangas, después de afincarse en estas comarcas desarrollan formas originales de vida y cultura. Ante todo, muestran un
formidable dominio de los recursos hidráulicos, base de su economía. Distribuyen eficazmente las aguas, construyendo complejas obras hidráulicas. El canal
denominado Maranga tenía su presa justamente detrás del actual Palacio de Gobierno, entonces residencia de la autoridad indígena que controlaba la distribución
de los riegos.

Los marangas son también activos comerciantes, y se desplazan constantemente llevando y trayendo productos. Sabemos que mantuvieron contactos con sus contemporáneos
mochicas, recuayes y nazcas. De ahí que en la cerámica Lima —a veces llamada Nievería— parezcan fundirse la tendencia escultórica del norte con el énfasis
pictórico y decorativo propio del sur. Grandes constructores, a estos limeños debemos varias de las principales «huacas» o adoratorios —Juliana, Maranga,
Tres Palis—, ahora situados en modernos barrios de la ciudad.

Otro estado pan-peruano vendrá a adueñarse de la costa central hacia el año 700 d. de C. Se trata del imperio Wari, denominado así por la ciudad capital
—próxima a Huamanga—, que tuvo una gran difusión política y cultural. Pueblo disciplinado, los waris impulsaron un estado fuerte y planificador. Son consumados
urbanistas, creadores de patrones revolucionarios de asentamiento y de grandes conjuntos citadinos. En el valle del Rímac levantaron Cajamarquilla, extensa
ciudad de barro sólo comparable con Chan Chan en la costa norteña. Es un complejo arquitectónico de muros de adobe que, al parecer, cumplía funciones de
almacenaje y distribución, dada la profusión de Colcas y depósitos, además de palacios y adoratorios. Semejante actividad, controlada por un estado central,
requería ciertamente de vías eficaces de comunicación. Para ello los waris construyeron un formidable camino que desde el Callao llegaba hasta Ayacucho,
pasando por la Molina y la sierra limeña de Huarochirí. Pero además, los waris intensificaron un culto local, el de Ichma, que los incas llamarían Pachacámac.
La ciudad sagrada adquiere así buena parte de su definitivo trazado urbano y de su dilatado prestigio.

Al concluir el dominio wari, hacia el año 1200 d. de C. seguramente a causa de la presión liberadora de los pueblos sojuzgados, reaparecen los reinos y
las confederaciones regionales. No sólo se recuperan tradiciones locales, sino que nuevamente el aporte de las migraciones se deja sentir. Son otra vez
los aymaras quienes, al tiempo que desbaratan la organización imperial, contribuyen al desarrollo cultural y al establecimiento de varios reinos coexistentes.
Nos referimos a los collas, los huallas y los huanchos, pueblos en relación constante, a veces conflictiva, con las etnias locales serranas de cantas y
atavillos. Hay multitud de curacas o caciques, que luchan entre sí o se alían en confederaciones de precario equilibrio. A ello se debe la proliferación
de fortalezas y palacios amurallados. Ejemplo característico es el sitio de Puruchuco, espléndida residencia curacal sobre el margen izquierdo del río
Rímac.

Es esta la situación que encuentran los incas al tomar posición de la zona por obra del inca Yupanqui, hacia 1470. Dice la leyenda que la madre de este
gobernante le reveló que Ichama, divinidad limeña, era el dios creador del mundo. Eso explica la transformación de Ichma en Pachacámac y la superposición
en la ciudad sagrada del Templo del Sol que, junto con un monasterio o Mamacuna, fueron parcialmente edificados por medio de la típica cantería cuzqueña.

El imperio inca, logrado a base de alianzas voluntarias o forzadas, duró poco tiempo. Para entonces será la conquista europea el factor que interrumpa la
consolidación de un gran estado autóctono. Las huestes de Pizarro, llegadas en 1532, ya habían tomado posesión de la costa norteña y de Cajamarca, donde
el inca Atahualpa fue ejecutado. Había caído también Cuzco, capital del imperio. En Jauja, tierra de proverbial bonanza pero enclavada en el interior andino,
se fundó la capital provisional de los conquistadores.

Las noticias sobre estos extraños hombres blancos y barbados —a quienes apodaron Wiracochas— seguramente habían llegado ya a oídos de los limeños. Fue en
febrero de 1533, cuando Hernando Pizarro y sus tropas irrumpieron violentamente en el templo de Pachacámac. Más tarde llegó Francisco Pizarro, y desde
allí envió a tres experimentados jinetes —Ruiz Díaz, Juan Tello y Alonso Martín de Don Benito— para que exploraran la comarca y decidieran el lugar más
apropiado para la nueva capital.

Partieron los primeros días de enero de 1535. La elección recayó en las tierras del curaca de Lima, Taulichusco, a la vera del Rímac —«el Hablador», según
la etimología indígena— y al pie de un cerro al que bautizarían San Cristóbal. Al sitio le sobraban ventajas: cercanía del mar, abundancia de agua, tierras
fértiles, mano de obra autóctona, buena provisión de leña y apacible clima. El 18 de enero de 1535 Pizarro preside el rito de la fundación, dando a la
nueva y definitiva capital el nombre de Ciudad de los Reyes. Se recordaba así la cercana «Epifanía» en que fue decidido su destino y, acaso, a los tres
caballeros que marcharon a su encuentro. De allí los blasones de Lima, otorgados por cédula real poco después: la estrella de Belén sobre las tres coronas
de los reyes magos de Oriente. Aunque el escudo ha permanecido, la pomposa denominación de los Reyes, en el habla común, fue desplazada por la persistente
toponimia aborigen; Lima será pues, a la postre, el poblado indígena, la urbe virreinal y la capital republicana.

El trazado de la ciudad es renacentista, de acuerdo con las instrucciones de Carlos V para la formación de nuevas poblaciones en las Indias. Se trata de
un cuadriculado perfecto, de remoto origen romano, con trece manzanas en dirección este-oeste y nueve en dirección norte-sur. Su núcleo administrativo,
la Plaza Mayor o de Armas, ofrece a Lima una ubicación excéntrica pegada al río, a fin de que la casa de gobierno ocupase el antiguo palacio curacal de
Taulichusco, desde donde se controlaba la distribución del riego. En la plaza estaban asimismo, como hasta hoy, la iglesia mayor y el cabildo.

El gobierno local o cabildo secular fue constituido sólo cuatro días después de fundada la ciudad. Eran los primeros alcaldes Juan Tello —uno de los tres
jinetes de Pachacámac— y Nicolás de Ribera el Viejo. A ellos y a sus inmediatos sucesores cupo la tarea de organizar y trazar la ciudad, repartir los primeros
solares, además de afrontar una situación política particularmente difícil e inestable.

En efecto, la resistencia incaica, comandada desde Vilcabamba por Manco Inca, puso cerco a la ciudad en agosto de 1536, por medio de unos veinte mil hombres
de guerra apostados en el cerro San Cristóbal, al mando del noble general Quiso Yupanqui. Airoso de la prueba, el marqués gobernador Francisco Pizarro
terminaría asesinado por un grupo de leales a su socio y rival Diego de Almagro, el 26 de Junio de 1541. Cruento preludio de las guerras civiles, que durante
varios años mantuvieron la zozobra en Lima, punto estratégico de control político y militar para los bandos en pugna. Al terminar estos conflictos, la
diezmada población indígena —unas veinte mil personas en tiempos de Taulichusco— será reducida a los pueblos de Magdalena y el Cercado.

Sólo en el último cuarto de siglo pudo estabilizarse la situación por obra del virrey Francisco de Toledo (1569-1580), severo legislador y organizador del
estado colonial. Sus medidas confirman el papel centralista de la capital, sede de los poderes político, judicial y eclesiástico de casi toda Sudamérica.
Aquí están el Gobierno Virreinal, la Audiencia, el Arzobispado, el Tribunal del Santo Oficio. Consecuentemente, la vida cultural es intensa: en 1551 se
funda la Universidad de San Marcos, decana de América, y la primera imprenta de América del Sur es implantada por el turinés Antonio Ricardo en 1584. Por
otro lado, las escuelas artísticas europeas florecen gracias a un apreciable núcleo de pintores italianos, así como escultores y arquitectos españoles.
A través de ellos y de sus obras, Lima difunde hacia todo el continente austral las corrientes estéticas fundadoras del arte colonial hispanoamericano.

Fuente: UCCI/SEQC. Guía de Lima. Madrid: Guías UCCI, 1990.

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