El reducido tamaño del territorio del que es capital y principal ciudad, así como la ausencia de los productos requeridos por los conquistadores no ha impedido el que fuera codiciado, tanto por las potencias europeas durante la edad moderna como por sus vecinos del norte y del sur durante la primera mitad del siglo XIX.
(Fragmento de Guía de Montevideo).
HISTORIA DE MONTEVIDEO.
La República Oriental del Uruguay está situada entre la República Argentina y la República Federativa del Brasil formando parte del llamado Cono Sur de América.
Su nombre primitivo se originó en torno a su situación geográfica; Banda Oriental del Uruguay o Banda de los Charrúas, uno de los grupos indígenas que poblaron estas tierras junto con los chanás, yaros, bohanes, guenoas, arachanes y guaraníes.
Los indígenas de esta región, a la llegada del europeo en los principios del siglo XVI, estaban en un estadio cultural que podría ubicarse dentro del período del Paleolítico Superior: el período de la piedra tallada y pulida.
Eran pueblos recolectores, pescadores, cazadores, es decir, tenían una economía depredatoria. Su ida era la de los hombres trashumantes.
En la Banda Oriental del Uruguay no hubo ni oro ni plata, ni especies, ninguno de los productos codiciados con gran apetencia por los europeos que corrían toda clase de peripecias para obtenerlos. Esto explica la tardanza en colonizar esta región. Desde sus orígenes la economía de la Banda Oriental se basa en la ganadería, que es introducida entre 1607 y 1611 por Hernandarias, primer gobernador criollo, hijo de español nacido en América.
En la Banda Oriental ocurrió un hecho sin precedentes en la historia de la colonización española de América: el ganado vacuno, bovino y caballar precedió al hombre blanco.
Los buenos pastos y una tierra fértil y bien regada por ríos y arroyos, multiplicó rápidamente las primeras reses introducidas desde las Misiones de Jesuitas y desde la región de Santa Fe (Argentina). Esta riqueza ganadera atrajo a faeneros y changadores venidos del vecino territorio de Portugal (actual Brasil) y de españoles que vivían en la otra ribera del río Uruguay.
Montevideo, la más moderna de todas las capitales de Iberoamérica, fue fundada en la segunda década del siglo XVIII, entre 1724 y 1730 por D. Bruno Mauricio de Zabala, destacado militar español que en el sitio de Lérida (1707) “perdió el brazo derecho” y desde entonces usó uno de plata, el que habitualmente colgaba de su cuello a modo de orgullosa condecoración.
Sobre el origen del nombre “Montevideo”, existen varias versiones; la más extendida es la que relata Francisco de Albo en el Diario de Viaje de la expedición de Hernando de Magallanes, en enero de 1520:
“Martes 10... Hay una montaña hecha como un sombrero, a la cual le pusimos por nombre: MONTEVIDI...” (queriendo significar en portugués, “veo un monte”).
Otras de las versiones es la atribuida a la interpretación de planos portugueses que escribían: MONTE VI (sexto) dirección Este Oeste.
En sus comienzos, la pretensión de los españoles con sede en Buenos Aires fue la de establecer una plaza fuerte para detener el avance del Imperio Lusitano, que ya había instalado, desde 1680, la Colonia del Sacramento en la costa del río Uruguay, frente a Buenos Aires, y que aspiraba a ocupar las tierras al oriente del río Uruguay.
Como plaza fuerte, Montevideo fue un atalaya rodeada de murallas con una permanente guardia militar para la defensa del territorio; la vida dentro de sus muros se adecuaba a ”un régimen enteramente militar“ y los habitantes se acostumbraron a despertar con el estampido del cañón y las dianas que anunciaban el sol, o a recogerse en la noche con los toques de oración.
Con sus humildes orígenes, Montevideo será el centro desde donde se irradian hacia el interior todas las actividades comerciales, culturales y sociales. La importancia del puerto fue evidente y el contacto permanente con los visitantes y altos funcionarios introdujo paulatinamente el esmero en el vestir y las mejoras en las viviendas. Se aspiraba a mejores niveles de enseñanza; así, muchos montevideanos fueron enviados a estudiar a España o a otros centros superiores del Virreinato. Todos los adelantos de Montevideo trascendían al interior de la región y, a su vez, incidían sobre la masa campesina, para formar entre todas un núcleo cultural que modelará a la nacionalidad futura.
La aparente tranquilidad de sus primeras épocas se vio sacudida en la primera década del siglo XIX, cuando, hacia 1806 y 1807, los ingleses atacaron las tierras españolas del Río de la Plata. La resistencia fue tremenda por parte de los montevideanos que, sin experiencia en la toma de decisiones y ante la ocupación de Buenos Aires, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, se organizaron, pelearon y obtuvieron la victoria sobre las fuerzas del Imperio más poderoso del mundo en esa época.
Después del retiro de las fuerzas inglesas, la Corona española otorgó a Montevideo, el título de: “Muy Fiel y Reconquistadora ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo”, que ostentó con orgullo en premio a su esforzada defensa de España en América.
Cuando sobrevino la crisis de la monarquía española en 1808 con la invasión de Napoleón en la Península Ibérica, sus repercusiones se hicieron sentir en toda América y muy especialmente en el Río de la Plata.
Creadas las Juntas de Gobierno en defensa de los derechos del Rey Fernando VII, a la sazón, prisionero en la ciudad de Bayona por Napoleón, Montevideo juró fidelidad al rey Fernando y creó su propia Junta el 21 de septiembre de 1808.
La segunda oleada revolucionaria se produjo en 1810 en todo el Reino de España e Indias. La influencia de los ideales de la Revolución Francesa y el ejemplo independentista de las colonias inglesas de Norteamérica, junto al afán natural de los criollos de decidir sus propios destinos e integrar sus cuadros de gobierno, que les estaba vedado, condujo a la llamada Guerra de la Independencia. La Banda Oriental tuvo su características propias en estas luchas.
Surgió en el ámbito campesino, el denominado gaucho o gauderio representante de un estilo de vida más que una raza, con un exacerbado amor a la tierra que lo vio nacer, contrario a toda autoridad constituida y defensor a ultranza de su libertad individual y colectiva. El gaucho sólo acepta órdenes del mejor entre sus iguales, del que es capaz de hablar e interpretar el sentir de la masa, es decir, de sus jefes naturales: los caudillos.
En forma espontánea y generalizada los gauchos se alzaron contra las autoridades existentes, bajo la conducción de su intérprete y representante natural:
José Artigas.
Fuente: UCCI/SEQC. Guía de Montevideo. Madrid: Guías UCCI, 1989.
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